sábado, 23 de abril de 2011

La Santidad: El llamado de Dios para el creyente



La santidad no es una opción, es un deber. Podemos definir la santidad como la consagración del hombre para con Dios; la santidad es un ESTILO DE VIDA en la que el hombre decide vivir apartado para el Señor,  separado del pecado y con una conducta apropiada para agradar a aquel que lo llamó.
Es santo todo  aquel que vive en santidad.
La palabra santo en el idioma hebreo“qadôsh” y en el griego “jagioi” significa: “puro” o “consagrado” esta palabra tiene una fuerte connotación religiosa. En uno de sus sentidos el vocablo describe un objeto, lugar o día como “santo”, en el sentido de “dedicado” o “consagrado” a un propósito especial. (Éxodo 29:21)  (Éxodo 29:37) (Génesis 2:3).
Principalmente es una palabra usada para referirse al pueblo escogido por Dios.
“Me seréis santos, porque yo, Jehovah, soy santo y os he separado de los pueblos para que seáis míos” (Levítico 20:26)
“Mas vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido; para que anunciéis las virtudes de Aquél que os llamó de las tinieblas a su luz admirable”. (1 Pedro 2:9)

El término “santificación” se utiliza también  como la separación del creyente de todas las cosas perversas e inmundas y de los malos caminos. Esta santificación es la voluntad de Dios para el creyente.

“Porque ésta es la voluntad de Dios, vuestra santificación; que os abstengáis de fornicación; que cada uno de vosotros sepa tener su vaso en santificación y honor; no en pasión de concupiscencia, como los gentiles que no conocen a Dios”. (1 Tesalonicenses 4:3-5)
¿Cómo lograr la santidad?
Algunos mal interpretan las escrituras, creyendo que la santidad es instantánea, llegando a decir cosas como: yo soy santo porque el Señor dice en su palabra “Sed santos porque yo soy santo” (1 Pedro 1:16) Como si esto fuera algo que se consigue en la esquina o cae del cielo, cuando en realidad el sentido de esta oración es, que la santidad es un mandato de Dios, en otras palabras el Señor está demandando lo que él mismo es;  si decimos que le conocemos y somos sus hijos entonces hemos de imitarle.
“Sino que, así como Aquél que os llamó es santo, así también vosotros sed santos en toda vuestra manera de vivir” (1Pedro 1:15)
Aquí vemos como el apóstol Pedro nos invita a imitar en nuestra conducta al Padre.
 Si bien hemos sido “llamados” (apartados, consagrados, santos) es responsabilidad nuestra y de nadie más el vivir en santidad y seguir el camino de la Santificación.
“Vestíos del nuevo hombre, que es creado según Dios, en justicia y en santidad verdadera” (Efesios 4:24)
(Es decisión nuestra el renovarnos y cambiar nuestro carácter y manera de vivir según la voluntad de Dios)
“Así que, amados, teniendo tales promesas, limpiémonos de toda inmundicia de carne y de espíritu, perfeccionando la santidad en el temor de Dios” (2 corintios 7:1)
Y Él mismo dio unos, apóstoles; y unos, profetas; y unos, evangelistas; y unos, pastores y maestros; a fin de perfeccionar a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo” (Efesios 4:11-12)
¿Perfeccionando/ Perfeccionar? ¿Cómo podemos hacerlo?
Conforme a la enseña mediante de su Palabra.
“Santifícalos en tu verdad: Tu palabra es verdad”  (Juan17:17)
“Mas sed hacedores de la palabra, y no solamente oidores, engañándoos a vosotros mismos” (Santiago 1:22)
El creyente debe de buscar la santidad seria y constantemente.
Seguid la paz con todos, y la santidad, sin la cual nadie verá al Señor” (Hebreos 12:14)
El carácter santo, no puede ser transferido o imputado, es una posesión individual, edificada, poco a poco, como resultado de la obediencia a la Palabra de Dios y de seguir el ejemplo de Cristo.
“Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús…” (Filipenses 2:5)
“Sed imitadores de mí, así como yo de Cristo” (1 corintios 11:1)
“Y aquél que guarda sus mandamientos, permanece en Él, y Él en aquél; y en esto sabemos que Él permanece en nosotros: por el Espíritu que nos dio.” (1 Juan 3:24)
Debemos de tomar la decisión de agradar al Señor mientras estemos en nuestro cuerpo si ya no somos esclavos, por el contrario hemos muerto al pecado debemos ser siervos y agradar en todo al Señor.
“Hablo humanamente, por causa de la debilidad de vuestra carne; que así como presentasteis vuestros miembros como siervos a la inmundicia y a la iniquidad, así ahora presentéis vuestros miembros como siervos a la justicia y a la santidad” (Romanos 6:19)

La santidad es fruto del verdadero creyente.
“Mas ahora, libertados del pecado, y hechos siervos de Dios, tenéis por vuestro fruto la santidad, y por fin la vida eterna.” (Romanos 6:22)
Cuando tomamos un árbol no obtenemos su fruto de la noche a la mañana, hay que ser pacientes, sembrarlo en buena tierra, cuidarlo, podarlo, colocarle agua y con el tiempo veremos el fruto de este.
De la misma manera sucede en nuestra vida espiritual, para ir perfeccionándonos es necesario hacer morir nuestros deseos cada día, ser alimentados de la palabra, buscar el rostro de Dios en oración y vivir conforme al Espíritu.
“Porque si vivís conforme a la carne, moriréis, más si por el Espíritu hacéis morir las obras de la carne, viviréis. Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, los tales son hijos de Dios” (Romanos 8:13-14)
“Pero fornicación y toda inmundicia, o avaricia, ni aun se nombre entre vosotros como conviene a santos tampoco la conducta obscena, ni el necio hablar, ni chocarrerías, que no convienen, sino más bien acción de gracias” (Efesios 5:3 )
“El que es injusto, sea injusto todavía; y el que es sucio, ensúciese todavía; y el que es justo, sea justo todavía; y el que es santo, santifíquese todavía” (Apocalipsis 22:11)
Para concluir, no podemos ignorar nuestra humanidad, es cierto que fallamos que caemos y pecamos; pero es allí cuando la sangre de Cristo nos limpia de nuestros pecados, sin el sacrificio del Señor, ninguno alcanzaría la santidad, entendemos pues, que los hijos de Dios no practican el pecado porque han sido consagrados para el Señor, el que practica el pecado no le ha conocido. Pero igualmente conocemos que el que busca agradar de él, siempre alcanzará la gracia y el perdón cuando se equivoque. ¡Bendita Gracia!
“Hijitos míos, estas cosas os escribo para que no pequéis; y si alguno hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo” (1 Juan 2:1)

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